El Periódico Guanacaste a la Altura ha querido reseñar en este editorial un extracto del discurso pronunciado por Luis Guillermo Solís, en el Estadio Nacional, tras haber sido investido como Presidente Constitucional de la República. El 8 de mayo del 2014. Concretamente es la reproducción de la introducción de su mensaje
Lo hemos hecho, no con el afán de molestar o criticar sin sentido, ni mucho menos atacar a la actual administración Solís Rivera, sino como un recordatorio de algo que en su momento revistió solemnidad a nivel nacional e internacional y marcó una página memorable en la historia contemporánea, como resultado de ser uno de los candidatos a la Presidencia de la Republica que “atesoró” un millón trescientos mil votos.
Recordemos esas palabras:
El mando que recibo
Recibo esta banda presidencial con humildad y conciencia plena de la responsabilidad que asumo ante la Patria y ante la historia. La acojo en mi pecho y en mi alma no como el trofeo que alcanza el guerrero tras la batalla, sino como la representación del mandato de un pueblo libre al que no puedo desobedecer, ni malinterpretar, ni defraudar.
He jurado, frente a ustedes y por ustedes, observar y defender la Constitución y las leyes de la República y cumplir fielmente con mis deberes. Lo haré con determinación y esmero, con sencillez, frugalidad y transparencia, consciente de la enorme responsabilidad que cabe a quien no aspira a otra tarea más alta y más digna que la de ser el primer servidor de las y los costarricenses.
Efímero, el poder que ha sido depositado en mis manos, no es ni un cheque en blanco, ni una patente de corso. Muy por el contrario constituye un precioso acervo que, custodiado por el pueblo, éste delega de forma temporal en sus representantes para que lo administren con justicia y equidad. Por eso la prescripción constitucional también advierte que tal patrimonio puede ser reclamado por sus legítimos dueños si no se incumple con el encargo recibido de la gente.
En esa convicción, reitero con todo respeto y sinceridad lo que tantas veces dije a mis conciudadanas y conciudadanos: cuando me equivoque, corríjanme; cuando me pierda, búsquenme; cuando flaquee, denme fuerzas. Si no les escucho, reclámenlo; si les abandono, si no estoy ahí cuando más me necesiten, si usurpare con aviesa intención la confianza depositada en mí con tanta generosidad por un pueblo que demanda honestidad y buen gobierno, repúdienme.
Y si cumpliere con fidelidad, como espero hacerlo, entonces que no haya para mí más reconocimiento que el propio de la labor satisfecha a cabalidad por quien fue llamado a desempeñarla, pues no puede haber gloria mayor para un Mandatario que satisfacer las obligaciones de su Destino. Tampoco puede haber homenaje mejor a un pueblo tan devoto e ilusionado como el mío, que el servirle con tres virtudes supremas de la política: la sensatez, la honradez y la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.
Luego de esta lectura y a pocas semanas de cumplir su primer año de Gobierno ¿No considera Usted Señor Presidente, sus ministros y demás funcionarios, que convendría revisar el contenido de estas frases y promesas? Nuestra pregunta, formulada en un sentido positivo, responde a que revisar sus actos, al iniciar un nuevo año, es lo que hace cualquier ciudadano, cualquier creyente o cualquier empresa, con el fin de hacer un balance para fortalecer lo bueno y desechar lo incorrecto.