UFF, QUÉ CALOR!!!

Dr. Edgar Leal Arrieta

Nunca en mis ya largos años de existencia, había sentido el calor que he experimentado, el calor que hemos tenido en abril y lo que va de mayo. Si no hubiera temblado en setiembre diría, por el calor que hemos tenido, que estábamos en puertas de un terremoto grado XII, pero gracias a Dios, ahora hasta dentro de 50 años según el Ovsicori, o hasta dentro de 63 años, según uno de sus más conspicuos científicos, volveremos a tener otro terremoto en la Península de Nicoya.

Pero no nos desviemos del tema. Nuestro problema número uno en este momento es el calor y más que eso, la sequía que tiene todos nuestros ríos secos y algunos pueblos sin agua ni para beber. Causas muchas, pero las más importantes, las quemas y la deforestación. Desde mi atalaya en San José de la Montaña, he podido contemplar a nuestra provincia en llamas. Desde allí arriba, a 500 metros sobre el nivel del mar, rodeado de humo por todos lados, he podido contemplar más del 70 por ciento de mi provincia en llamas. Desde la altura santacruceña se puede otear el horizonte en casi todas direcciones y ha sido fácil observar los cerros de Belén, Sardinal, Tempate, Brasilito, 27 de Abril, Río Seco, San Juanillo, Nosara, Juan Díaz, La Esperanza, El Cacao, Hatillo, exhalando humo por todos lados. Es cuento eso de que los rayos o el sol inician los incendios. He visto a algunos agricultores quemando sus parcelas para sembrar y luego verlos observando como el fuego se sale de la parcela e invade incontenible otras áreas que no tienen nada que ver con sus siembras anuales. He visto madereros quemando sus campos sembrados de teca y melina, para no gastar plata en chapias. No he podido ver a los monteadores quemando el bosque cercano a los ojos de agua para matar fácilmente a los venados cuando llegan en busca de ese preciado líquido. Pero sí he oído las jaurías de perros que azuzados por esos cazadores acechan y arrinconan a los pobres ciervos que al correr asustados son presa fácil de las armas de aquellos.

El panorama es tétrico y preocupante. En estas últimas semanas me ha correspondido ver gente buscando agua para beber y preparar sus alimentos, pero tienen que recorrer largas distancias para solo encontrar agua sucia y contaminada. Algunos dicen que el terremoto del 3 de setiembre hundió las aguas, pero ese es otro cuento. Si no hay bosques, si los ríos y quebradas tienen que soportar los inclementes rayos del sol cayendo perpendicularmente sobre sus cauces, el panorama para el futuro de nuestra provincia no es nada alentador.

Soluciones claro que hay. Lo primero sería evitar las quemas como se hace desde hace más de 20 años en El Socorro de San Juanillo. Esta medida permitió que el bosque se regenerara aunque todavía no llega al espesor de un bosque primario. Otra medida sería evitar la deforestación como no sea para producir alimentos.

En fin hay más alternativas pero se necesita la colaboración de todos antes de que nuestras llanuras y bosques se transformen en un inmenso desierto que terminará echándonos de nuestra provincia a no muy lejano plazo.

Mi papá me enseñó a sembrar árboles cuando estaba en la escuela y sigo haciéndolo, pero ya es hora que autoridades políticas y educativas tomen cartas en el asunto. Aquí quiero dejarles una idea. Si cada escuela adopta la quebrada y el río más cercano a su comunidad y llena de árboles, talvéz dentro de unos 25 años podamos cambiarle la cara a nuestra provincia.

Si cada niño de primer grado, dentro de un programa del Ministerio de Educación, siembra un árbol y lo cuida durante 6 años, cuando salgan de sexto grado habremos dado un gran paso en la recuperación de nuestros bosques y ríos. En este preciso momento están germinando miles de semillas de espavel, pues manos a la obra, trasplantémoslas a alguna quebrada o río para que empiecen a llenar de sombra nuestros ríos y quebradas. Aquí les dejo la inquietud. Mientras tanto seguiré sembrando sobre todo frutales, para que nuestros pájaros, congos, ardillas y demás animales no tengan que venirse a la ciudad en busca de alimentos que ya no hay en el campo. Por cierto, más de uno termina electrocutado en los cables de la corriente eléctrica.