En menos de un mes el país asistirá a un nuevo cambio de Gobierno, sin mayores contratiempos y menos aún bajo la amenaza de un golpe de Estado, que hipotéticamente en nuestro país, seria técnico pues no podría ocurrir recurriendo a las armas, como consecuencia lógica de que no tenemos ejército.
Será pues una ceremonia, tal vez sencilla, la que se lleve a cabo en el Estadio Nacional, el Teatro Nacional o cualquier otro lugar. Lo cierto del caso es que habrá un nuevo equipo de Gobierno y nuevos diputados que tendrán ante sí una larga lista de problemas que agobian a la ciudadanía, pero que están íntimamente ligados a tres grandes áreas: social, económica, moral e incluso las relaciones internacionales.
Es indudable que la herencia que nos dejan las dos últimas administraciones dista mucho de ser considerada como buena y la más clara valoración la podemos encontrar en las encuestas que se han elaborado y que sin duda nos revelan que entre las mayores preocupaciones de los ciudadanos figura el pesimismo ante la esperanza de que la situación económica mejore.
Muy ligado a esto está el temor recurrente que expresa el pueblo por perder su trabajo y la desazón que les provoca el aumento de los precios en los bienes y servicios esenciales, especialmente ahora que el tipo de cambio ha dejado de ser estable para entrar en una etapa de cambios que son difíciles de predecir en lo que resta del año.
Parece mentira pero el tema de la inseguridad ciudadana que ocupaba uno de los primeros lugares en las preocupaciones del pueblo, ahora se ha situado en un segundo lugar, no porque los cuerpos policiales garanticen una mejoría en este campo o que la delincuencia haya descendido, sino porque el tema de la supervivencia pasa por la seguridad de contar con un ingreso, por modesto que éste sea, para subsistir con lo básico.
Si es un hecho incuestionable que el equipo de Gobierno que asume el próximo ocho de mayo tendrá como una de sus grandes tareas restituir la confianza, primero con los electores y luego con esa masa de costarricenses insatisfechos que no acudió a la urnas electorales.
Transparencia en los nombramientos de los nuevos funcionarios, transparencia en los contratos que deben llevarse a cabo para construir obras de infraestructura, que son urgentes para que nuestra economía siga siendo competitiva, claridad en los contratos de concesión, acuerdos de libre comercio y valentía con respeto a nuestra soberanía para avanzar en materia de relaciones internacionales, son esenciales, especialmente en lo que tiene que ver con Nicaragua.
Capacidad de negociación, con una Asamblea Legislativa en la que como nunca antes habrá nueve fracciones con intereses muy propios, para lo que el nuevo Gobierno deberá de nombrar un ministro de la Presidencia con capacidad de dialogar, negociar y tender puentes, que permitan una mejor relación entre los poderes Legislativo y Ejecutivo.
Es imposible pensar que la nueva administración hará milagros, primero porque cuatro años son poco tiempo y segundo porque los vicios derivados de la corrupción, el clientelismo y la burocracia política están muy enquistados.
Imaginar que la brecha social no se seguirá ensanchando o que el crecimiento de la economía será tal que permitirá una mejor redistribución de la riqueza, es algo iluso por ahora, especialmente porque el nuevo equipo tendrá que hacerle frente al enorme déficit fiscal que nos agobia y que si no se atiende puede llevarnos a una situación muy peligrosa.
Ojalá que a quienes les corresponda “barrer con la nueva escoba” no se les paren en ella, como decía don Pepe Figueres y se les permita realizar su tarea, porque de ello dependerá en mucho el bienestar del pueblo.