Cayó el telón del Campeonato Mundial de Futbol Brasil 2014 y se aplacó el festejo generado en torno al recibimiento de nuestros modernos héroes. La recepción en el aeropuerto y el posterior desfile de nuestra Selección, cuerpo técnico y federativo hacia San José, alcanzaron ribetes de apoteosis y de arrobamiento por parte de toda la población, ya se tratara de ancianos, hombres, mujeres, jóvenes y niños. Todos les tributamos un cálido homenaje reconociendo su impecable papel en este torneo.
Luego vinieron los recibimientos y homenajes a cada uno de los jugadores en las comunidades donde por primera vez patearon un balón, o un remedo de bola, en cualquier calle, potrero o cancha abierta.
En la euforia algún diputado propuso hasta que se le diera la nacionalidad a Pinto (lo que es muy loable), si no fuera porque tanto él como muchos seleccionados, ahora han entrado en una élite de seres que están envueltos en una verdadera refriega de clubes que quieren contratarlos por sumas que provocan vértigo, porque se tasas en millones de dólares y su presencia en los clubes nacionales es muy incierta.
Mientras las brasucas rodaban por el césped o se desplazaban raudas por el aire, impulsadas por los diestros pies o cabezas de lo más selecto de la elite de los craks o eran atrapadas por porteros que cortaban la respiración con sus intervenciones, el mundo en lapsos de hora y media o dos horas se detuvo, convocando a todos frente a las pantallas de los televisores o los monitores de los equipos de cómputo.
El encanto del Mundial ya finalizó y ahora a esperar cuatro años más para que Rusia sea la nación que acapare la atención del mundo.
Solo nos quedó la goma de esta dulce embriaguez que provoca el futbol y descubrimos de pronto, como cuando nacemos, que debemos enfrentarnos al mundo con sus crudas realidades, que en nuestro caso son aumentos de precios en los combustibles, los servicios y los artículos de la canasta básica y la que no es básica.
Cientos de atribulados trabajadores han comenzado a llegar a las casas de empeño a pignorar la pantalla que durante un mes cautivó su atención, de la misma manera que un mago encanta a un niño, con el fin de resolver la operación “arroz y frijoles” que fue pospuesta por el disfrute del chifrijo, el ceviche, los chicharrones, la cerveza y otras bebidas espirituosas.
Durante un mes, vivimos alejados de la realidad nacional e internacional, convulsionada por un nuevo capítulo del conflicto entre Israel y Palestina, o bien esperando fórmulas para que el precio de la gasolina, de la electricidad y el agua sean menos onerosos.
Dejamos de lado el tema de las descargas telefónicas y prácticamente le perdimos el pulso a la labor del Presidente, que aunque no fue a Brasil si realizó varios viajes atendiendo asuntos de Estado y que al parecer no nos cumplió (por motivos ajenos a su voluntad) con la promesa de que no habría alzas durante la celebración de Brasil 2014.
Vivimos ahora la “goma” del Mundial atribulados porque las travesuras del Niño han llevado a Guanacaste a una sequía peligrosa para los cultivos y la supervivencia del ganado, mientras que en la Vertiente Atlántica los ríos se desbordan, provocan cierres de vías y la destrucción de casas y mobiliario.
¿Que nos deja el mundial o por lo menos que nos debe dejar? Pienso que lo que procede es que la Federación Costarricense de Futbol haga una distribución equitativa de los premios obtenidos por los cinco partidos jugados.
Proponemos de entrada que le pague las deudas de los clubes a la Caja y luego invierta en escuelas de futbol, el nombramiento de visores de jóvenes talentos y que de verdad podamos mantener el honrosísimo lugar de haber ocupado un octavo lugar en el Mundial y un puesto 16 en el ranking de la FIFA.