No hay escape del efecto de la variable económica llamada inflación. Cada día, miles de familias se ven enfrentadas a la dura realidad de comprar bienes de consumo más caros con ingresos más escuálidos y sin la posibilidad de recuperar su poder adquisitivo vía aumentos salariales semestrales o anuales.
La formula de que todo lo que aumenta difícilmente vuelve a bajar de precio, es una realidad palpable cuando se va de compras al mercado, a la feria del agricultor o a alguno de los tantos supermercados.
No es precisamente la relación oferta / demanda, o la mano invisible descrita por Adam Smith en su libro “La Riqueza de las Naciones”, que ilustra cómo la ley de la oferta y la demanda beneficia al conjunto de la sociedad de una manera indirecta, la que se cumple para regular el valor de los bienes y servicios de nuestra economía.
Hace un año explotó el conflicto entre Rusia y Ucrania, y de pronto se produjo un aumento desmesurado y explosivo en el precio de los cereales, el acero y otros bienes producidos en Ucrania, estado considerado el granero de Europa y uno de los principales proveedores de metales. A ello se sumó el incremento en los precios del petróleo que para nuestra economía es letal, por la aplicación del impuesto único a los combustibles que eleva como una espiral la inflación.
Meses antes había sido la crisis de los contenedores la que pareció poner al mundo de cabeza, porque un embarque de cualquier materia prima o bien de consumo paso de costar 3.000 a 12.000 dólares o más, por citar solo un ejemplo.
Como resultado de ese fenómeno, fábricas de diversa índole que dependen de los componentes electrónicos se vieron obligadas a paralizar sus operaciones, otras a reducir el ritmo de producción e incluso a buscar otros países donde producir con menores costos.
Resultado de esta situación, una escalada en el precio de electrodomésticos, línea blanca celulares y miles de otros artículos.
Somos parte de un mundo globalizado y la mejor muestra fue el virus denominado Covid 19 que, a pesar de no representar el peligro mortal que se creía al inicio de la pandemia, todavía cobra víctimas y como resultado de ello, lo que ocurre en una potencia o país vecino nos afecta directamente.
La inflación, retomando el tema, es hoy el flagelo y el peor de los impuestos, porque se paga en el precio de los productos – servicios y conlleva a que las familias ajusten sus presupuestos, dejando de comprar carne, huevos, lácteos y otras fuentes de proteínas o adquiriendo otros más económicas como los embutidos o verse condenadas a no adquirirlos del todo.
Triste realidad de nuestra economía es vivir en un entorno donde no se sabe si la inflación es el resultado de oferta y demanda, o bien, del afán desmesurado de grupos de industriales y comerciantes por acumular riqueza en detrimento de las clases mas desposeídas de nuestra sociedad.