No hay duda que los que vivimos en este siglo, del cual han transcurrido trece años, debemos sentirnos afortunados por presenciar tantas maravillas y acontecimientos que los habitantes de otras épocas jamás habrían imaginado, o tendrían que vivir por espacio de décadas para ver, por ejemplo, la muerte de un Papa y la elección de su sucesor.
O bien, esperar a que pasaran más de 600 años para ver que un Papa renunciara a su cargo y con su decisión escribiera un capitulo inédito en la historia de la Iglesia Católica.
Los acontecimientos de estos siglos que llegan a todos los ciudadanos del mundo, en vivo, a todo color y en el mismo instante en que se producen, gracias a la Internet y las redes sociales, nos hacen participes de todo lo que ocurre.
De este modo, pudimos enterarnos simultáneamente del ingreso de un meteorito en una región de Rusia, ver la estela de luz que provocó su ingreso a la atmósfera y apreciar los daños que causó en edificios y conocer un reporte, según el cual, produjo lesiones a casi dos mil personas.
Más aún, creo que algunos quedamos impresionados de ver las excelentes carreteras de ese país, sus excelentes edificaciones y la rapidez con que acudieron muchos obreros a reponer los vidrios en las ventanas y hacer reparaciones en los inmuebles afectados por el ingreso del meteorito, aparentemente de poco volumen, pero de un poder destructivo extraordinario.
Una década atrás presenciamos el mayor tsunami que recuerden las generaciones actuales. El fenómeno ocurrido en Asia en el 2004 cobró la vida de 220.000 personas en varias naciones de ese continente y recientemente una película “Lo imposible” nos recreó, con mucha dureza, la tragedia real que vivió una familia de vacacionistas en Tailandia cuando ocurrió ese fenómeno.
Años más tarde, otro terremoto y tsunami ocurrido en el 2011 en Japón, nos llegó a través de las pantallas de televisión y los monitores de nuestras computadoras con sobrecogedor realismo. Las catástrofes en Latinoamérica también las presenciamos como si estuviésemos en el lugar de los hechos, por ejemplo cuando sobrevino el terremoto de Chile.
Hoy nada nos está vedado. Gracias a ese “Santo Grial” como han dado en llamar algunos a la Internet, con un solo clic podemos “navegar” por las aguas de lo real y lo imaginario; lo pasado, lo presente y lo futuro y entrar con la mayor naturalidad del mundo a todas las puertas del conocimiento, ya se trate de arte, ciencia, historia, entretenimiento o ciencia ficción.
Todos los relatos fabulosos de Julio Verne, pasando por las obras de Aldos Huxley (Un mundo feliz) hasta llegar a los escritos de Alvin Toffler, quien anticipó los fenómenos de la comunicación actual y la revolución de las comunicaciones como resultado de la tecnología digital, son una realidad que supera las películas con que Hollywood nos sorprendiera años atrás.
Las páginas de los libros de miles de bibliotecas de todo el mundo hoy Wikipedia las resume maravillosamente y las pone a disposición de 450 millones de usuarios en todo el planeta.
Estos son apenas ejemplos de lo que está ocurriendo en este mundo, mientras en Costa Rica continuamos viviendo inmersos en problemas que para otras naciones no son de fácil solución y nos enfrascamos en discusiones que parecieran no llegar a nada, ni parecieran predecir que el futuro de nuestras generaciones será mejor que el tiempo presente.