La provincia de Guanacaste y gran parte de Puntarenas enfrentan una grave situación derivada de la presencia del fenómeno climatológico El Niño que los expertos no saben con certeza cuando finalizará.
Campos áridos, cultivos que no germinaron; ríos, quebradas y pozos secos; ganado famélico y un saldo de reses muertas es el panorama que se observa en algunas fincas de la provincia.
De los efectos del calor y la ausencia de lluvias no se escapan los residentes locales, ni el turismo nacional y extranjero, y la sequía es tema de noticia casi a diario especialmente cuando se trata de reseñar casos de áreas de cultivo casi desérticas y las macabras escenas de ganado muerto por falta de agua y pastos.
Lo más doloroso es que los propietarios de las fincas deben enfrentar esta sequía, considerada una de las peores de las últimas décadas, sin mayor esperanza de recibir la ayuda que les permita sobrevivir a su desesperada situación.
Desde el mes de julio del 2014, cuando el Consejo de Gobierno de la Administración Solís Rivera participo en la celebración de la Anexión del Partido de Nicoya a Costa Rica, se firmaron los primeros decretos orientados a solucionar graves problemas como la falta de agua y la eliminación del arsénico en el agua de consumo humano y se anticiparon las primeras acciones para enfrentar el fenómeno El Niño.
Sin embargo, esas promesas de ayuda al parecer se han convertido en letra muerta, porque no se han traducido en hechos concretos o por lo menos en la magnitud que se requiere para enfrentar esta penosa situación.
Muchas dilatorias y análisis se han dedicado a esta situación sin que se haya decretado un estado de emergencia, que permita enfrentar esta crisis y a pesar de que tal declaratoria podría darse mientras esta edición salga publicada, lo cierto es que llega con mucha tardanza.
Muchos ganaderos ya han vendido su ganado a precios ridículos, perdiendo su patrimonio y las inversiones que en algunos casos realizaron para obtener mejoramiento genético de sus animales.
Los cultivos de arroz, pastos y caña de azúcar, por citar los tradicionales de la provincia, como los de sandía, melón, etc. también están provocando pérdidas sensibles a productores grandes y pequeños.
Como suele suceder llevar a la realidad las buenas intenciones contempladas en los decretos de ayuda para Guanacaste se estrellan ante la lentitud de los procesos licitatorios y el temor de que se repitan experiencias dolorosas y dolosas derivadas de las declaratorias de emergencia nacional, como ha ocurrido en ocasiones anteriores.
Guanacaste merece que se vuelque toda la ayuda a los productores, tanto pecuarios como agrícolas, en estos momentos en que su contribución a la economía está seriamente socavada y con ello desmejoradas las expectativas de contar ya no con mejores expectativas de calidad de vida, sino con la supervivencia misma.